Te sabes la lista de reproducción de tu teléfono y tarareas
en tu mente la próxima canción que sonará. Todos los días, el mismo trayecto de
ida y el mismo de vuelta. Los mismos minutos hasta llegar al destino, caras
conocidas entre tal inmensidad. La monja de túnica larga y marrón a las 10 de
la noche en El Carmen. El 146, siempre tan ocurrente llegando a buscarte cuando
tu todavía no estás.
Los cafés de mañana y tarde. El chill out después de comer.
Las ensaladas y el postre que siempre guardas pero nunca
comes. Los panipanes.
La onu en un piso. El alcohol checo y su dueña. El sentido
del humor argentino y el código 1234. El golf y el fútbol americano. Los
tomates, el venezolano y el chileno. La española que canta lo que aparece en un
libro sueco. Florida y los subtítulos.
Y como no, la viajera, las fotógrafas y un gran conjunto de
periodistas no muy cuerdos, pero con gran talento.
Pero por supuesto, mis maestros, dibujantes, especiales, y
perfectos.
Si me imagino a un personaje sin peros, tendría barbas
frondosas, rastas, gafas, unos cuantos tatuajes de mapas, fiebres, y rutas, una
paciencia desbordante y unas ganas de ayudar dignas de nombrar y también un
bolso que se pierde a veces, e incluso un carácter vacilón.
Una ciudad lineal que guarda muchas cervezas, y cuyas
paredes son dueñas de secretos cantados a los cuatro vientos.
Cuidado al bajar las escaleras, el último escalón está
suelto y resbala. Saluda a la portera y sube San Mateo. Ya puedes perderte, y
encontrarte. Olvidar y recordar.
No hay cabida para el aburrimiento. Coge otro metro y
disfruta de las diversas calles. Contempla la ciudad desde las tetas, colinas,
llamémoslo X.
Lo bueno es que lo malo se convierte en menos malo si estás
allí.
Si alguien pisa tu orgullo siempre podrás comprar un billete
a ningún lugar, y pensar que has cambiado de ciudad por unas horas.
Y cuando te vas, echas de menos hasta las aglomeraciones. En
ellas puedes pasar desapercibido, camuflarte entre la gente, disfrazarte, o
incluso ser tu.
Recuerdo una noche de fiesta, en un barrio humilde, varias
calles sin alumbrado, ciudad fantasma me dije. Pero recorriéndolas, sientes
incertidumbre, pero de la buena. Dar pasos sin mirar, reír con los tuyos, y
mientras escuchar la fiesta más allá.
Días asombrosos, noches de plazas y chinos, y una despedida
más que fabulosa, con un final impredecible.
Nunca te diré adiós Madrid, cada vez queda menos para volver
a la casa de los sueños, al calor del infierno veraniego, y a tomar
partida de este cuento.
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