jueves, 30 de octubre de 2014

Una dedicatoria para ti, Madrid




Te sabes la lista de reproducción de tu teléfono y tarareas en tu mente la próxima canción que sonará. Todos los días, el mismo trayecto de ida y el mismo de vuelta. Los mismos minutos hasta llegar al destino, caras conocidas entre tal inmensidad. La monja de túnica larga y marrón a las 10 de la noche en El Carmen. El 146, siempre tan ocurrente llegando a buscarte cuando tu todavía no estás.

Los cafés de mañana y tarde. El chill out después de comer.
Las ensaladas y el postre que siempre guardas pero nunca comes. Los panipanes.

La onu en un piso. El alcohol checo y su dueña. El sentido del humor argentino y el código 1234. El golf y el fútbol americano. Los tomates, el venezolano y el chileno. La española que canta lo que aparece en un libro sueco.  Florida y los subtítulos.

Y como no, la viajera, las fotógrafas y un gran conjunto de periodistas no muy cuerdos, pero con gran talento.


Pero por supuesto, mis maestros, dibujantes, especiales, y perfectos.
Si me imagino a un personaje sin peros, tendría barbas frondosas, rastas, gafas, unos cuantos tatuajes de mapas, fiebres, y rutas, una paciencia desbordante y unas ganas de ayudar dignas de nombrar y también un bolso que se pierde a veces, e incluso un carácter vacilón.
Una ciudad lineal que guarda muchas cervezas, y cuyas paredes son dueñas de secretos cantados a los cuatro vientos.

Los techos altos en Alonso, las habitaciones antiguas en Martínez. Nueve personas, y nueve descubrimientos. Un baño con vida propia, un salón que es amor eterno.
Cuidado al bajar las escaleras, el último escalón está suelto y resbala. Saluda a la portera y sube San Mateo. Ya puedes perderte, y encontrarte. Olvidar y recordar.
No hay cabida para el aburrimiento. Coge otro metro y disfruta de las diversas calles. Contempla la ciudad desde las tetas, colinas, llamémoslo X.
Lo bueno es que lo malo se convierte en menos malo si estás allí.
Si alguien pisa tu orgullo siempre podrás comprar un billete a ningún lugar, y pensar que has cambiado de ciudad por unas horas.

Y cuando te vas, echas de menos hasta las aglomeraciones. En ellas puedes pasar desapercibido, camuflarte entre la gente, disfrazarte, o incluso ser tu.
Recuerdo una noche de fiesta, en un barrio humilde, varias calles sin alumbrado, ciudad fantasma me dije. Pero recorriéndolas, sientes incertidumbre, pero de la buena. Dar pasos sin mirar, reír con los tuyos, y mientras escuchar la fiesta más allá.
Días asombrosos, noches de plazas y chinos, y una despedida más que fabulosa, con un final impredecible.

Nunca te diré adiós Madrid, cada vez queda menos para volver a la casa de los sueños, al calor del infierno veraniego, y a tomar partida  de este cuento.

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