lunes, 17 de octubre de 2011

Soñemos, que no es poco.



Dicen, que todo escritor tiene en algún momento de su vida un "bloqueo mental" y que para vencer ese pánico al folio en blanco no hay mejor manera que poner en marcha el "flujo de escritura", realizar un cúmulo de materiales y despreocuparse de todo.


Hoy, y tal vez ayer, fueron días para echar de menos, días carentes de mimo. 
Querer la perfección es solamente un objetivo de los sueños. 
Sin embargo, ¿por qué no poner barreras a los sentimientos? 
Quizás sea necesario en estos momentos.


Pensar es bonito, y además, productivo. 
Y reír añade días a nuestra breve vida. 
Pero ¿qué nos muestra el verbo llorar? 
Utilicemos el pasado.


-Yo lloraba de alegría cuando tras un mes separados, le tenía.
Tu llorabas al leer alguno de mis textos.
El lloraba emocionado cuando veía un atardecer.
Ella lloraba de la risa cuando le hacía cosquillas.
Nosotros llorábamos en las discusiones difíciles. 
Vosotros llorabais de felicidad al planear reencuentros.
Ellos lloraban al no estar juntos.-


Ahora entiendo la imposibilidad de parar por unos días los sentimientos. 
Las cosas, vinieron sin pedir permiso y sin advertencia. Y ahí siguen, al igual que aquel primer día.


La ternura, la tontería, las ganas arriesgadas y atrevidas de que suceda ágil el tiempo.
Por otro lado, existe un dolor de cabeza intenso que podría atenuarse con abrazos y palabras bonitas. 


Los domingos son para dar vueltas y desviarse por circunvalaciones en la ciudad llamada cabeza.
Reiterarse en los propósitos. 
Y llegados los lunes, aún con pizcas de agonía, volver a la calma que viene tras las tormentas.


Espero que antes de media noche se pueda ver la luna sin llevar puesta la capucha.