lunes, 12 de marzo de 2012

Puentes




Puentes de madera, de piedra, de hierro, de papel, de cartón, de cristal, de gominola. 
Puentes hechos con piezas de dominó.

Cruzarlos con cuidado o cruzarlos corriendo.
Que sean fuertes y un día se derrumben sin querer.
O que por más que saltes nunca se desplomen.

Me apetece cruzar muchos de ellos en países diferentes, en compañía.
Porque cuando la protección te toma de la mano merece la pena atravesarlos sin temor a caer.

Pueden ser endebles y, sin embargo, estar diseñados por arquitectos de renombre.
Pero somos de naturaleza intrépida y valiente. O así deberíamos ser.

Traspasemos fronteras, abramos la mente, 
y al llegar al otro lado sintamos evasión y aventura por descubrir nuevas direcciones.

Veamos naturaleza, 
atardeceres 
y visones europeos en peligro de extinción.
Es difícil toparnos con uno, y es imposible buscarlos. 
Si brilla tu suerte, se dejarán ver.

Escuchemos una y otra vez nuestras canciones privadas y bailemos al son de las mismas, 
o tan sólo sintámoslas a lo lejos como la brisa del viento o el sonido del mar.

¿Y si pasamos las veinticuatro horas del día tendidos en la arena de una cala perdida y solitaria?
De momento no hace falta que sus aguas sean cristalinas y trasparentes, 
pues en marzo aún es pronto para sumergirse en la mar.
Sólo necesitamos tranquilidad.

Puentes que llevan a ninguna parte, 
pero de los cuáles hemos sido transeúntes alguna vez, 
bien por comprobar si tenían un final fascinante, 
o simplemente por la satisfacción que nos produce caminar.

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